La economía sigue considerando la consecución de una determinada tasa de inflación como uno de los objetivos macroeconómicos importantes. El proceso de incremento de precios de los bienes y servicios modifica el poder adquisitivo del stock de dinero existente en sistema y esto afecta de manera importante a todos los participantes en el juego económico.
El temor generalizado a la famosa “deflación “ tiene su origen en la Gran Depresión de los años 30 y adquirió importancia posteriormente, en las sucesivas crisis financieras en las que ha mostrado su enorme impacto en los impagos crediticios producidos en el sector privado.
La imposibilidad de amortizar una deuda que, por efecto de la deflación, se va incrementando con el paso del tiempo a pesar de la teórica reducción periódica de la misma se convierte así en un problema de difícil solución.
Por ejemplo:
Si debo 100 uds y la deflación anual es un 10%,
¿Realmente debo 110 uds? y,
Aunque amortice 5 uds,
¿Mi deuda real para el año siguiente será de 105 uds?
Si además consideramos que el pago del préstamo puede estar pactado en una divisa diferente a la del país, en dólares por ejemplo, y se ha producido una depreciación de la moneda en cuestión, al estar obligado a comprar previamente los dólares para poder efectuar los pagos acordados ¿Se acentuará la imposibilidad de atender las obligaciones contraídas?
La búsqueda de un nivel de incremento de precios razonable ha sido un objetivo común, prioritario de las economías dentro de escenarios de “no crisis”. También hemos conocido episodios históricos en los que los procesos de elevada y descontrolada inflación( hiperinflación ) han traído como resultado impagos de la deuda pública de determinados países frente a los acreedores externos.
El mecanismo de inflación se popularizó con las teorías keynesianas sobre el control de la demanda agregada, un incremento de la demanda de bienes y servicios sobre la oferta existente producía como resultado un incremento de precio de los mismos.
Las políticas públicas que producían “artificialmente” un aumento del consumo y la inversión público y/o privado, generaban tensiones inflacionistas que había que mantener controladas en los niveles deseables.
Y vayamos a nuestra realidad; una vez superada la deflación que apareció durante la pandemia del coronavirus que fue producida por un fuerte shock de oferta (la inflación se adentró en terreno negativo en los últimos meses de 2020 pero ya en 2021 presenta una evolución inversa y se mueve en entornos cercanos al 1% en Europa), nos debemos dedicar a prevenir los potenciales peligros que podría traer un incremento de la inflación no deseado o controlado:
- Incremento de los tipos de interés por parte de los Bancos Centrales: Aunque ha aparecido alguna señal de alerta en EEUU, no parece una estrategia deseable dentro de un escenario de salida de la recesión actual por el elevado endeudamiento público que ha generado la respuesta de tipo fiscal aplicada, por lo menos en el corto o medio plazo (la deuda pública y privada sobre el PIB suponen un 356% a nivel global)
- Disminución de valor de los activos financieros negociados en las Bolsas que reduciría la riqueza financiera y perjudicaría claramente al consumo y la inversión: Tampoco parece un escenario probable si los Bancos Centrales cumplen con su cometido y permiten mantener la inflación dentro de unos rangos deseables, a pesar de los continuos avisos de los analistas sobre el potencial peligro actual existente.
Entonces, ¿Cuál sería el peligro?
En mi opinión, la desglobalización que pueda producir esta pandemia y por tanto, que la posible rotura de determinadas cadenas de producción y el empeoramiento de las relaciones chino-americanas provoquen shocks de oferta desconocidos que nos sitúen en una situación de ausencia de inflación y estancamiento secular en Europa, ante la clara recuperación que muestran ya las economías china, americana y una parte de las emergentes.
El fallo en la previsión de la llegada de las vacunas es una clara muestra y mientras tanto, las previsiones para la economía de la Eurozona durante el primer trimestre de 2021 es que se ha producido una contracción.